La dura verdad detrás de la estrategia estadounidense del Indo-Pacífico

Por Mihir Sharma

LA MAYOR parte del mundo sabe cómo responder a la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de EE.UU. Como ha escrito mi colega Marc Champion, Rusia la adora. Los europeos liberales están consternados, y las monarquías del Golfo jubilosas.

En el resto de Asia —y lo que, hasta ahora, Washington ha llamado el Indo-Pacífico— la emoción dominante es la inquietud. Hay palabras, frases y secciones enteras en el documento que son exactamente lo que queremos oír. Pero la visión del mundo subyacente está en desacuerdo con su retórica.

La estrategia promete que EE.UU. construirá un ejército capaz de disuasión en la Primera Cadena de Islas y el Estrecho de Taiwán, e insiste en que el Mar de China Meridional no puede ser controlado por un solo actor. Hay una promesa de defender "equilibrios de poder globales y regionales" y de luchar contra prácticas económicas "depredadoras".

El Indo-Pacífico comparte todas estas prioridades, y muchos están aliviados de que la segunda administración Trump se haya tomado la molestia de reafirmarlas. Y sin embargo hay inquietud, porque algunos de estos compromisos parecen haber sido injertados en una estrategia que podría empujar la política estadounidense en una dirección fundamentalmente diferente.

Este es un documento sorprendentemente ideológico incluso según los estándares del Washington actual. Extiende las obsesiones domésticas de MAGA —la frontera, DEI, negacionismo climático— más allá de las costas de América. El poder blando de EE.UU. figura como uno de sus mayores activos, sin reconocer que el iliberalismo y la xenofobia erosionan su valor diariamente.

Pero la exportación más peligrosa de MAGA, en lo que respecta a la seguridad del Indo-Pacífico, es su aversión por el orden liberal.

América puede no haber estado siempre a la altura de sus ideales, pero desde la Segunda Guerra Mundial, ha definido su papel en el mundo en torno a promoverlos —defendiendo la práctica de la democracia liberal y evangelizando los beneficios de las normas globales. Incluyen prosperidad compartida, tanto para los estadounidenses como para los ciudadanos de naciones asociadas.

Es aquí donde la Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) de 2025 marca su ruptura más impactante con el pasado. La seguridad y estabilidad del Indo-Pacífico pueden seguir siendo una prioridad declarada, pero no porque la libertad y la apertura enriquecerán la región y la mantendrán leal al orden basado en reglas que beneficia a los estadounidenses más que a nadie. En cambio, se está trazando un vínculo mucho más estrecho y frágil entre disuadir a China y las prioridades económicas de la era Trump: ganancias de las grandes tecnológicas, asegurar recursos globales y una economía global "reequilibrada" que obliga a devolver la producción al país.

Este vínculo podría romperse en cualquier momento —particularmente si Trump es engañado para pensar que la cooperación con Xi Jinping no costará a EE.UU. a corto plazo, mientras que enfrentar los designios de Beijing en Asia podría hacerlo. Ciertamente está siendo tentado por ese camino: que Nvidia Corp. haya recibido permiso para vender chips de alta gama a China no es una buena señal. Trump ha dicho que es "buen negocio", siempre que el gobierno federal obtenga un 25% de comisión. Un impulso de ingresos a corto plazo es suficiente para arriesgar el liderazgo tecnológico de América, aparentemente. ¿Cómo podemos tomar en serio las solemnes declaraciones en la NSS?

Los instintos mercantilistas del presidente son bien conocidos. Este papel nos recuerda que también cree en otra teoría retro, la de las esferas de influencia. La estrategia afirma que "la influencia desproporcionada de naciones más grandes, ricas y fuertes es una verdad atemporal de las relaciones internacionales".

Una Rusia revanchista no será la única beneficiaria de esta creencia. China es más grande, rica y fuerte que cualquier otro en su región; ¿por qué no permitirle una esfera de influencia en Asia, si le da a Trump un acuerdo económico "mejor" del que sus predecesores pudieron extraer? Beijing podría romper esa promesa más tarde, pero para entonces será problema de otra administración.

Durante las últimas décadas, se había desarrollado un consenso bipartidista en Washington de que China era un rival sistémico, y no solo otro desafiante económico. Pero quienes dirigen la política en el segundo mandato de Trump argumentan desde premisas diferentes. Se centra en consideraciones económicas domésticas y no en preservar el orden mundial. No temen la pérdida del liderazgo global; incluso podrían dar la bienvenida a la disolución de los acuerdos económicos actuales. Todo lo que quieren es contener los choques económicos que acompañan el ascenso de China.

Escrita en los silencios de este documento hay una verdad desagradable: un establishment en Washington que intimida a grandes empresas, que recluta la tecnología para la política, que protege sus mercados domésticos y arma su comercio difícilmente verá al sistema chino como una amenaza ideológica.

Esto es lo que pone nerviosas a las capitales asiáticas. Un día pronto, los ideólogos y populistas de MAGA pueden decidir que otorgar a Beijing el señorío de Asia no afectará los empleos o beneficios en EE.UU. A partir de ese día, no moverán un dedo en defensa del Indo-Pacífico.

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