SANTIAGO, Chile.– El triunfo de José Antonio Kast no puede explicarse únicamente desde una clave ideológica ni como una adhesión cerrada a su trayectoria política. El resultado expresa, ante todo, un voto pragmático y defensivo, marcado por la urgencia económica y la demanda de orden. Kast ganó porque logró interpretar un malestar concreto, especialmente en la clase media, que siente que su esfuerzo dejó de traducirse en progreso y estabilidad.
Durante los últimos años, ese segmento social ha vivido una sensación persistente de retroceso. El aumento del costo de vida, la precarización laboral, el endeudamiento y la incertidumbre configuraron un escenario donde las prioridades se reordenaron. En ese contexto, la promesa de crecimiento, disciplina fiscal y control del gasto terminó pesando más que las definiciones valóricas del candidato, incluso para votantes conscientes de su postura frente al pasado reciente.
A diferencia de Sebastián Piñera, que durante su trayectoria mantuvo una distancia explícita con la dictadura de Augusto Pinochet, Kast encarna otra relación con ese período. Sin embargo, para una parte significativa del electorado, esa diferencia quedó subordinada a una urgencia mayor: mejorar la situación económica personal y familiar. No se trató de una reivindicación ideológica, sino de una decisión instrumental, centrada en el bolsillo.
El voto por Kast fue también un voto de rechazo. Rechazo a la percepción de desorden, a la incapacidad del Estado para controlar fenómenos visibles y a una agenda política que, para muchos, se desconectó de las preocupaciones cotidianas. La crisis migratoria ocupó un lugar central en ese proceso, no como abstracción, sino como experiencia concreta en territorios específicos.
El peso de ese tema quedó especialmente de manifiesto el propio día de la elección. Durante la jornada, la cobertura televisiva se concentró en despachos desde las fronteras del norte y desde zonas tensionadas por la migración, reflejando una preocupación ya instalada en la opinión pública. En ese escenario, la propuesta de Kast apareció como una respuesta nítida frente a una demanda de control largamente acumulada.
Ese clima se expresó con particular fuerza en el norte del país. En una zona marcada por la actividad minera, el empleo cíclico y una presión migratoria sostenida, el triunfo de Kast fue mayúsculo. Allí confluyeron con claridad las dos principales motivaciones de su electorado: la preocupación económica y la demanda por control territorial, en regiones donde la presencia del Estado es percibida como insuficiente.
La seguridad y la delincuencia completaron el cuadro. El miedo dejó de ser un fenómeno abstracto y se volvió experiencia cotidiana. Delitos violentos y altamente visibles reforzaron una demanda por “mano dura”, entendida no como autoritarismo, sino como capacidad efectiva de control. En ese terreno, Kast logró instalar credibilidad donde otros ofrecieron diagnósticos o promesas difusas.
El resultado final configuró un verdadero terremoto electoral para la izquierda. Kast se impuso en todas las regiones del país, con diferencias amplias y consistentes, convirtiéndose además en el presidente más votado desde la instauración del voto obligatorio. Supo, además, capitalizar de manera eficaz una parte relevante del electorado de Franco Parisi, especialmente en sectores que priorizaron orden, estabilidad económica y rechazo a la elite política tradicional.
La magnitud de la derrota oficialista marca un derrumbe presidencial histórico. Al mismo tiempo, Kast logró englobar bajo su liderazgo a las distintas derechas, desde los sectores tradicionales hasta expresiones más disruptivas. Ese éxito abre ahora una fase más compleja: el tránsito desde la campaña a un gobierno de coalición, con sensibilidades diversas y expectativas elevadas.
El desafío comienza de inmediato. Existe un sentido de urgencia evidente y la calle estará atenta. La ciudadanía espera señales claras de cambio de rumbo en seguridad y economía. El anuncio de un recorte de 6000 millones de dólares del presupuesto fiscal será una de las primeras pruebas. Explicar cómo se hará ese ajuste, sin afectar directamente a la clase media ni a los sectores más vulnerables, será clave para sostener el respaldo inicial.
Ese liderazgo será puesto a prueba por presiones que pueden adormecer la audacia que lo llevó al poder. Gobernar bajo la lógica de un “gobierno de emergencia”, como él mismo lo ha definido, implica asumir costos tempranos y evitar errores no forzados. El margen de acción no es ilimitado: el Parlamento no es plenamente de derecha y obligará a negociar.
Chile, sin embargo, no está al borde del precipicio. Su institucionalidad actúa como un dique frente a impulsos extremos y abre espacio para un eventual retorno de los tecnócratas, figuras capaces de administrar el tránsito entre la promesa política y la restricción económica, una constante en los cambios de ciclo.
La derechización del escenario político responde a factores de base: una tendencia global, una reacción frente a un progresismo que corrió los márgenes del debate y una agenda identitaria que perdió centralidad. El estallido social y los procesos constituyentes envejecieron mal. Hoy, la economía y el orden público volvieron a ocupar el centro del debate, configurando un nuevo ciclo oposicionista.
Kast, además, deberá administrar tensiones dentro de su propio sector. Desde Franco Parisi hasta Johannes Kaiser, que ha buscado posicionarse desde una ultraderecha que observa a Kast como excesivamente moderado. No fue casual su decisión de renunciar a la llamada batalla cultural, cediendo ese espacio. Fue una señal de realismo político.
La historia reciente advierte sobre los riesgos del exceso de confianza. Todos los expresidentes que obtuvieron triunfos amplios en segunda vuelta terminaron embriagados por el resultado. Kast enfrenta ahora ese dilema. La ciudadanía no votó épica ni identidad: votó orden, seguridad y mejora económica. Evitar errores tempranos será decisivo para transformar un liderazgo electoral contundente en conducción política sostenible.

