Entre los vertiginosos cambios de estos tiempos, marcados por el fin de reglas que eran universalmente, asistimos a los posicionamientos de actores clave en el nuevo escenario mundial.
Estados Unidos, gobernado por una élite que parece más interesada en los negocios propios y de sus aliados que en cualquier asunto de Estado, lanzó recientemente un manifiesto en el que hace explícitos sus planes para el mundo y en particular para la región latinoamericana.
La Estrategia Nacional de Seguridad de la Casa Blanca, en efecto, expresa el supuesto derecho de EU a negar “a competidores no hemisféricos la habilidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, de adueñarse o estratégicamente controlar bienes vitales en nuestro hemisferio”.
La soberanía de las naciones de América Latina y el Caribe no puede admitir de ningún modo que esta política injerencista avance en nuestra región.
Cuando EU dice “actores no hemisféricos”, se está refiriendo sobre todo a China, nación que en las últimas décadas ha incrementado sus lazos de colaboración en esta parte del mundo.
La declaración de intenciones de Washington es agradecible porque deja establecida una postura injerencista para la cual lo menos importante son los problemas comunes y su atención.
El documento de la Casa Blanca habla claramente de expansión y de reclutamiento de aliados afines (“campeones regionales”, les llama). En ese contexto se entienden hechos como la liberación del expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, quien cumplía una larga condena en EU por tráfico de cocaína y que fue liberado por la administración Trump por comulgar con la ideología del magnate estadounidense.
En contraste obvio con la explicitada política estadunidense, la nación asiática ha publicado una actualización del Documento sobre la Política de China hacia América Latina y el Caribe, que plantea colaboración en numerosas áreas y propone tratos en los términos de una comunidad de futuro compartido.
El documento publicado por China se alimenta del multilateralismo, en tanto la postura de EU es una suerte de reedición de la Doctrina Monroe que busca “restaurar la preminencia estadunidense en el hemisferio occidental”.
China plantea colaborar con esta región del mundo en áreas tan variadas como la transferencia de tecnología y el combate al cambio climático, y se alinea con los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU y con la declaratoria de la región como Zona de Paz.
La cooperación sin intromisiones, el desarrollo compartido y el bienestar de nuestras poblaciones son los objetivos mayores de un intercambio que debe atenerse a reglas aceptadas por las partes.
En ese nuevo tablero que configuran las decisiones estadounidenses y los avances innegables de China en muchas áreas es en el que México debe moverse, con inteligencia y paciencia.
En ese nicho se ubican los nuevos aranceles aplicados a países con los que no tenemos tratado comercial. Se trata de proteger sectores nacionales a la vez que afrontamos la delicada revisión del T-MEC, que será un asunto central de 2026.
Ganar márgenes de negociación frente al voluble socio del norte exigirá todo el talento mexicano posible. Bajo la conducción de la presidenta Claudia Sheinbaum, habremos de salir adelante.
